Saturday, December 24, 2005

La Página Más Triste de Mi Vida

Por el mes de abril de 1983, recibimos la visita de unos primos, por parte de mis tíos Trino y Socorro, hermanos de mi mamá. Llegaron acompañados de Blanca Estela, mi hermana: José Asunción (Chon), Tomás, Agustín y Ramiro. Los llevamos a conocer el mercado de la colonia San Felipe y luego a visitar la casa de Margarita mí hermana, al regreso pasamos al jardín del “Quijote de la Mancha”, a un costado de la Villa de Guadalupe; donde nos sacamos algunas fotos para el recuerdo, por la noche brindamos jugamos y desde luego, nos desvelamos.

Al día siguiente, serían la 11:00 am. Estábamos reunidos desayunando. Blanca Estela, acomedida fue a la cocineta por el agua para el café, los espacios en el departamento realmente eran muy pequeños, al atravesar la sala, la jarra, supuestamente térmica, se estrelló y su primera reacción fue aventarla a un lado, atrás de un sillón individual, bañando con el agua hirviendo a mi hijo, que se encontraba jugando en ese lugar. Los gritos de alarma de los presentes y el llanto de mi hijo llenaron los espacios, mi esposa le quitaba el suéter azul empapado aún humeante y al hacerlo también le quitó la camiseta que venía adherida con la piel de mi hijo.

Mi primo “Chon” llevaba un carro convertible, me dio las llaves y nos dirigimos al hospital 1º. De Octubre, eran momentos de total desconcierto y desesperación, mi hijo se contorsionaba intentando esconderse debajo de asiento, mi esposa lo trataba de controlar, yo conducía lo más rápido posible. Llegamos a urgencias, nos decían que esperáramos, no hicimos caso, mi esposa cargando al niño se metió a una de la las salas, de inmediato lo revisó un médico.- Señora, su hijo tendrá que ser hospitalizado, por lo menos unas cuatro semanas.- ¿¡Que!? ¿Porque tanto tiempo?- Aún no comprendíamos ni sabíamos de la gravedad del caso.- Las quemaduras que presenta son de 1º y 2º grado, pero el porcentaje afectado es muy grande, el niño realmente está muy grave.- Mi esposa comenzó a llorar y un temblor se apoderó de todo su cuerpo, le dieron una serie de pastillas (calmantes), pero el efecto tardó, el niño fue internado.

A partir de esa hora comenzaría un camino muy difícil. Sentía una fuerte opresión en el pecho y un nudo en la garganta, quería pensar que era sólo una pesadilla pero la realidad me hacía regresar. Increíblemente todo cambiaba repentinamente. Sentía la obligación de ser fuerte. ¡No!, claro, no debería llorar, tenía que mostrarme como todo un “hombre”, según me habían dicho desde niño “los hombres no lloran”.

Regresamos a la casa moralmente deshechos, explicamos a nuestras visitas lo que el médico nos había dicho. Todos tenían que regresar a su lugar de origen.

Avisamos en el trabajo, respectivamente nuestros jefes nos dieron permiso de faltar, lo que hasta el día de hoy, vivimos profundamente agradecidos.

No nos despegaríamos de él, durante las 24 horas uno u otro; y ocasionalmente ambos, estábamos presentes a su lado. En una libreta, anotábamos las indicaciones del médico: los medicamentos, dosis, horarios, control de líquidos, todo, estrictamente todo. Cuando la enfermera en turno se acercaba a suministrarle algún medicamento, de inmediato lo verificábamos, siendo necesario corregir algunas veces. Nuestra presencia llegaba a incomodar, pero era lo que menos nos importaba.

En mi desesperación, buscaba angustiado otra opción para que lo atendieran, quería escuchar que me aseguraran que mi hijo viviría. Hablé con diferentes médicos especialistas, luego de mencionar las condiciones en que se encontraba, las respuestas eran similares.- No, no puedo asegurarle nada, le recomiendo que mejor lo sigan atendiendo en donde está, el sacarlo, aunque se haga en ambulancia: pudiera ocasionarle un mayor problema, tal vez no resista- No puedo describir la impotencia que sentía, no podía hacer nada, sólo confiar en los limitados recursos humanos y pedirle mucho a Dios.

El doctor Eguisa, era el jefe de pediatría, cotidianamente y de manera amable; me hacía favor de informar, sin tecnicismos, el proceso de recuperación de nuestro hijo.

Las curaciones, ¡que ingratos momentos!, aún a 21 años del suceso, provocan al recordar que mis ojos se llenen de lágrimas. Después de varias horas remojándose en una tina con agua corriente, llegaba la enfermera.- ¿Haber a cual le toca primero?- Tristemente eran varios casos, que por un descuido, un muy lamentable descuido, estaban en esa sección, Iban siendo extraídos de la tina, de acuerdo con el orden en que habían entrado a remojarse, lo que se hacía dos veces al día.- Haber señor (a), ayúdeme a detener a su hijo para que lo pueda curar.- Se trataba de sujetar al niño para que no se moviera mientras la enfermera limpiaba las heridas y retiraba la secreción hasta sangrar.- Está acción, el ver a tú hijo sufrir a tal grado, consciente que no podían ni debían anestesiar, dado el riesgo que representaba, escuchar las suplicas de tu niño, rechinando los dientes, porque el llanto ya no existía.- “¡Ya Paty o Favor, ya o favor¡”, era su vocecita, mientras nos miraba con desesperación rechinando los dientes.

Había una enfermera, Esperanza, no deberían tener en los hospitales gente como ésta, una ocasión; mientras curaba a mi hijo quien se quejaba por el dolor, se le ocurrió decir.- No le haga caso los niños son muy chantajistas- Mi esposa que estaba presente, le contestó, ojalá nunca pase por una situación como ésta.-

Le pedíamos a Dios, a todos sus santos que lo mantuviera con vida, ¡no!, no queríamos ni siquiera imaginar que muriera.

Constantemente llegaban a visitarlo, unos por sentir realmente la necesidad de acompañarnos en la situación y algunos seguramente por morbo. Algunas personas colocaban estampas de imágenes de santos, lo que el doctor Eguiza me decía que no era correcto. Poco después nos enteramos, por medio de una enfermera que trabajaba en la guardería donde mi hijo asistía y que además siempre estuvo pendiente del estado en que se encontraba, que el doctor profesaba la religión judía e inclusive era un impedimento para casarse, pues al parecer eran novios.

Las visitas de mi suegro eran diarias, también muy frecuentes las de la señora Evita, quien más tarde sería nuestra comadre.

Un día, Misael, un compañerito y Héctor, después del cotidiano proceso de remojarlos, esperaban su turno para la curación, me había tocado cuidarlos y Misael me pedía que le comprara unos cacahuates, el proceso en su recuperación iba muy bien, esperaba impaciente a su papá que le llevaría un carrito, tenía 3 años de edad. Llegó mi esposa, para relevarme y que aprovechara para salir a comer algo, ella se quedó para ayudar en la curación. La enfermara se dirigió a mi hijo para iniciar la curación, pero intervino la mamá de Misael,- Mi hijo entró antes, le toca que lo curen primero.- Está bien dijo mi esposa.

El horror que a continuación trataré de describir, me lo comentó mi esposa, quien presenció todo. La enfermera de nombre Félix, comenzó el proceso acostumbrado, al aplicar el medicamento (benzal líquido e isodine), la piel se amorató, el niño parecía asfixiarse.- ¿Es el medicamento de siempre?- Preguntaban mi esposa y la mamá del niño.- Sí, claro decía la enfermera, al tiempo que les pedía salieran de la sala y llamaba al médico en turno. Mi esposa encontró la forma de quedarse en el baño, pudo ver como llegaban algunos médicos, que inclusive mientras veían al niño convulsionar, ellos hacían algunas bromas. Al descubrir que mi esposa aún estaba dentro, le pidieron saliera de inmediato, a lo que ella hizo caso omiso. Con urgencia solicitaban tanques de oxigeno, todos corrían… Lamentablemente, el niño había muerto, supuestamente de un paro cardiaco. Sin embargo, nunca lo sabremos ya que aparentemente el benzal debería ser diluido y aparentemente no fue así.

Al salir, en la planta baja saludé al papá de Misael, llevaba un carrito de plástico, pude ver una parte que salía de la bolsa de su chamarra, lo saludé y todavía le dije -Su niño ya está mucho mejor, me estaba pidiendo cacahuates- Nunca hubiera imaginado, que precisamente su hijo acababa de morir, victima, probablemente, de un nefasto error.

Eran personas humildes, les dijeron que deberían acudir al ministerio público para declarar, debido al tipo de accidente, el niño según nos platicaron se había quemado con sebo hirviendo, dado que el papá un día antes había preparado barbacoa en el patio de su casa; y Misael se había caído derramando el contenido del recipiente mientras jugaba con su triciclo. Lo acompañe e induje a denunciar lo acontecido, que solicitara la aclaración del deceso de su hijo, él se encontraba muy triste, desecho. Decidió no solicitar la aclaración.

A partir de este incidente, no dejaríamos a nuestro hijo un instante solo, incrementamos las medidas de seguridad. Nuestras exigencias y demandas provocaron conflicto en el hospital, llegó el momento en que cambiaron prácticamente a todos los empleados del piso. Una noche, mientras velaba el niño comenzó a convulsionar, situación que concierta frecuencia se presentaba, corrí por el pasillo, buscaba a un doctor o alguna enfermera, ¡no encontraba a nadie!, desesperado, conociendo de un cuarto en el que seguido veía que entraban enfermeras, toqué en repetidas ocasiones, poco después salió una enfermera, restregándose los ojos y todavía adormilada- ¿Qué se le ofrece?- Dijo en tono molesto.- ¿Es usted la enfermera en turno?, Contesté con otra pregunta- Sí, somos varias, ¿pero que se le ofrece?.- me dijo nuevamente. -Que atiendan a mi hijo, está convulsionando, ¡Es increíble que en lugar de trabajar vengan a dormir¡- Una vez le dije en donde se encontraba el niño, con pasos largos se adelantó.

-Es normal señor, el niño convulsiona por el descontrol de los electrolitos- Dijo intentando tranquilizarme.- Quiero que lo vea el doctor de guardia- le dije imperativamente.- Sí, yo le llamo.-Me respondió, en un tono de más colaboración.- Luego de unos momentos, después de revisarlo; el doctor dispuso se le hiciera una transfusión de plasma.

Las complicaciones de mi hijo se sumaban, aunque el área en que estaba era supuestamente libre de gérmenes, al poco tiempo se infectó de varicela, las pústulas lo invadieron por todos lados, incluyendo las heridas, situación que vino a complicar aún más su salud; y que decir de las curaciones, teniendo que limpiar con unas tijeras dentadas las heridas.

El niño, continuaba agravándose cada vez más, llegó el día en que no comía nada, sólo era alimentado a través de los sueros, pronto sus venas estaban tan deterioradas, que prácticamente no tenía un solo lugar donde colocar la sonda, le practicaron una veno-disección arriba del tobillo; en el la parte interna.

Por falta de alimento el estómago sufría distensión, presentaba fallas en los aparatos respiratorio y circulatorio, la falta de electrolitos como sodio, potasio y calcio; le provocaban constantes convulsiones.

Por nuestra parte, las noches nos rotábamos a veces ella se iba a descansar un rato, otras lo hacía yo; que cuando lograba dormir, muchas veces los sueños me hacían despertar espantado, veía a mi hijo morir, una y otra vez, eran realmente pesadillas.

Después de unos tres meses, al preguntarle sobre el estado de mi hijo, el doctor Eguiza me decía – El caso es muy delicado, pídale a su Dios, porque nosotros hemos hecho lo que está en nuestras manos, sólo esperamos el deceso, que pude darse de un momento a otro.- La noticia me sacudió, como decirle a mi esposa lo que acababa de escuchar. Aturdido caminé un rato sin dirección, meditando si estábamos siendo egoístas, mi hijo sufría mucho, tal vez si le preguntáramos, él nos diría ¡déjenme en paz!, pero tan sólo era un bebé y además ya no hablaba.

Fui al hospital al relevo de mi esposa, la invité a salir de la habitación y en un área común para los visitantes, cerca de una ventana viendo sin observar hacia la avenida, le decía.-Nuestro hijo está sufriendo mucho, tal vez es mejor que Dios lo recoja, quizá estamos siendo muy egoístas.- ¿¡Te dijo algo el doctor!? –No, como crees, no me ha dicho nada.- Le mentí con toda intención, no quería verla sufrir más de lo que ya sufría.

En un acto desesperado, conciente de las respuestas antes recibidas, marqué un número de un doctor, que me habían dicho que era el mejor.- Una vez que le expuse el caso, agregando, tengo un departamentito, si usted se hace cargo se lo doy, su respuesta fue muy dura, pero ahora pienso realista.- La vida no se compra, por las condiciones que me dice su hijo se encuentra, es preferible no moverlo.

En este tiempo mi imagen cambiaba considerablemente, a pesar de que siempre había sido de complexión delgada, pesaba 7 u 8 kilos menos, la barba desarreglada y crecida. En mi esposa también era evidente la desmejora. Realmente en ese tiempo nunca nos importó, esto lo analizamos mucho después.

Alejandro, mi jefe inmediato torpemente se había encargado de correr el rumor en las oficinas, que seguramente no era para tanto, que lo más probable era que estábamos aprovechando el que nos hubieran dado permiso para faltar a nuestras labores. Claro, el no había ido al hospital, sin embargo, muchos otros compañeros si lo había hecho y un compañero indignado me comentó lo que Alejandro mencionaba. Una ocasión se presentó en el hospital, supuse que para corroborar su apreciación. Alejandro una vez que vio al niño, quien mostraba sus impactantes heridas, estuvo a punto de desmayarse, salió rápidamente del lugar con el rostro desencajado. No obstante, sus intrigas ya habían hecho impacto, así que me llamaron para que me presentara a trabajar. Resulta que una de las actividades que me correspondía se había atrasado, provocando una serie de disgustos y problemas entre el personal, precisamente se trataba; de los tramites de prestamos a corto y mediano plazos ante el ISSSTE.

Les aseguro, si tuviera un enemigo y lo considerara el peor de los enemigos, no le desearía una situación como la que antes les he participado.

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