Friday, January 06, 2006

Cambio de Imagen

De la imagen física que presentaba unos años atrás, poco o nada quedaba, pero del aspecto interior; aun había mucho trabajo por realizar, existían muchos resentimientos y rencores hacia algunos miembros de la familia; y en general hacia la sociedad.

Por las noches me invadía la nostalgia por el hijo que no podía ver, recordaba y compartía con mi esposa los momentos que pasáramos juntos, los juegos y sus palabras.

Una mezcla de nostalgia y coraje aderezada con impotencia se apoderaba de mí, llegando de inmediato el sentimiento de culpa. Desde luego, resultaba inevitable el remover la herida generada al independizarme de la familia, que para mí había sido provocada por la falta de comprensión y cariño.

Tenía la necesidad de extirpar “tumores añejos”, debería iniciar por el principio, comencé por tratar de entender el comportamiento de mis padres y el porque del mismo, llegando a una conclusión que me ayudó para iniciar el “tratamiento” par sanar, “Nadie puede dar más de lo que tiene”. Comprendí la importancia de la aceptación y la auto evaluación sin complacencia, encontrándome con la urgencia de alcanzar un propósito, modificar mi actitud; buscando un punto de equilibrio en mi carácter, objetivo que a la fecha mantengo y conservaré mientras exista; ya que estoy consciente que mientras esté vivo siempre presentaré cambios. Curiosamente, pasa como con la carrera de galgos, la liebre siempre está un poco más adelante.

El cambio de actitud era distinto al que una vez llevara a cabo hacía un tiempo, considero que se complementa, siendo este último más enfocado al “ser”, es decir al interior. Conforme avanzaba, sentía mayor seguridad para romper algunas de las “caretas y ataduras”.

Los resultados no se hicieron esperar, la carga emocional cada vez era más ligera; y los ambientes familiar y laboral mejoraban. Cobraban sentido algunas frases: “Nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del cristal con que se mira”, “Nadie es dueño de la verdad absoluta”, “Perdona nuestras ofensas, de la igual forma que perdonamos a quienes nos ofenden”, “Si no te quieres y aceptas a ti mismo, no puedes querer y aceptar a los demás”.

La lucha interna era intensa, algunas “batallas” con frecuencia me eran adversas, conforme avanzaba en el “tener”, la soberbia aparecía dominando a la “humildad”, cuando creía sometida la ira, la prudencia, tolerancia y cordura se descuidaban y cuando la lujuria parecía controlada, la honestidad, decencia y castidad se escondían. Llegando a la conclusión, de que la imperfección del ser humano nos permite un área muy extensa de oportunidades para mejorar, motivándonos cada día a lograr satisfacciones.

Lo antes expuesto, serían las “armas” para emprender el reto de ser padre de familia y retomar el importante lugar de hijo y hermano.


A partir del primer año de casados, se hizo costumbre acudir a casa de mis papás a pasar las festividades de navidad y año nuevo, siempre recibidos con mucho gusto por parte de mis papás y hermanos. Sería el segundo o tercer año, cuando aproveché el mensaje de año nuevo para hablar sobre la reconciliación y el perdón, los abrazos fueron, o al menos así los sentí, más efusivos, particularmente cuando llegó el turno con mi papá. A partir de ese entonces, nuestra relación fue de amistad, respeto y afecto.

Gradualmente y casi sin percibirlo, el concepto e imagen que tenía particularmente ante mi papás se había transformado, permitiéndome de una forma mucho más abierta; manifestar a mis hermanos mis diferentes puntos de vista, desde luego con mucha prudencia para no caer en susceptibilidades. Irónicamente, el que alguna vez fuera considerado como un irresponsable, vago y flojo, ahora aparecía en el escenario familiar como ejemplo a seguir. Ante mis hermanos esta imagen no parecía nueva, pero la aceptación por parte de mis padres; hacía más fuerte mi compromiso, el que un día lanzara molesto a mi papá en tono de reto; cuando me dijo “prefiero perder a uno que a todos”. Contestándole, “aún de lejos voy a seguir influenciando en ellos”

No estaba sólo, las reflexiones y cambios que en consecuencia se generaban, eran motivo de largas charlas con mi esposa, considerando que deberíamos mantenernos en una frecuencia similar, dándonos a conocer permanentemente. Reconozco, que muchas veces después de suscitarse un problema, mi orgullo mal entendido me provocaba pensar en aplicar la “ley de hielo” (no hablar), pero mi esposa, en una demostración de humildad, buscaba la reconciliación, rompiendo el silencio para dar pie a la comunicación, dejando una gran lección que siempre tendré en mi mente y corazón.

No comments: