Sunday, January 08, 2006

¡Se Mueve el Piso!

Eran las 7:17 del jueves 19 de septiembre de 1985, sentado al borde de la cama me disponía a amarrar las agujetas de los zapatos, mi esposa preparaba las maletas de los niños para llevarlos a la guardería. Sentí que me iba de frente, de momento creí que me había mareado al momento de inclinarme, pero los movimientos se hacían más fuertes y se escuchaban los tronidos de la estructura del edificio, los vidrios se rompían, mi esposa y yo espantados intentábamos tranquilizarnos, mientras cada uno cargábamos a un niño; nos colocamos abajo del marco de la puerta de la recámara. Fueron unos instantes de angustia, prendí el televisor y los noticieros comenzaban a narrar el desastre, sin todavía conocer los innumerables daños transmitían conmocionados.- Muchos edificios se han derrumbado, existen incendios, se recomienda no salir a la calle.- Era una realidad, el sismo nos había tomado por sorpresa-

Debido al problema del corazón, mi mamá acompañada de una de mis hermanas menores, tenían unos días en la casa, habían salido muy temprano hacia el hospital para asistir a la consulta, y luego regresar a la ciudad de Celaya y finalmente al rancho.

Unos minutos después del movimiento sísmico, llegaron inesperadamente mi mamá y mi herma Angélica (Gelis), pues el temblor las sorprendió frente al edificio de Sears, que se encontraba en la avenida Politécnico Nacional esquina con Montevideo, mismo que vieron como se derrumbaba. Después de cerciorarse que estábamos bien nuevamente se despidieron.

Aprovechando que las oficinas del CPAR estaban cerca de la casa, consideré conveniente presentarme, pero en cuanto llegué me informaron que las actividades se habían suspendido, reanudándose hasta el lunes siguiente.

Gradualmente las imágenes en la televisión, iban dando a conocer la gran magnitud del temblor. La ciudad de México y sus alrededores se encontraba incomunicada, se hablaba de una enorme cantidad de muertos y desaparecidos, cifras que seguramente nunca se conocerán con precisión.

Era impresionante ver los escombros de lo que alguna vez fuera el edificio de “Nuevo León” de Tlaltelolco o del hotel “del prado” y muchos más; colgando de los muros destruidos colchones y sábanas

Además de los edificios y casas destruidas, muchas mostraban serios daños, de hecho ya no eran habitables, pero muchas personas se aferraban a sus propiedades, temían dejar abandonados sus muebles y que fueran saqueados. Muchos no tardaron en convencerse, un día después por la tarde noche -¡Esta temblando!, gritamos al unísono mi esposa y yo, sin pensarlo cargué a mi hijo Luis de escasos 8 meses de edad, ella tomó a Héctor de la mano y corrimos hacia la calle, subimos al carro y me dirigí a un lugar de la colonia en donde no hubiera edificios que representaran riesgo, en el camino veíamos personas que salían desesperadas de sus casas, se trató de un nuevo temblor ahora con menor intensidad, pero que provocó mayor pánico dado lo ocurrido el día anterior. Muchas casas y edificios que habían quedado dañados, terminaron derrumbándose agravando más el problema.

Las réplicas continuaron por unas dos semanas, reinaba el pánico, personas del interior de la República buscaban a sus familiares mediante los radios de banda civil, la sociedad comenzó a organizarse, luchaban días y noches desalojando escombros con la esperanza de encontrar alguna persona con vida, es en verdad impresionante lo que una sociedad organizada puede lograr.

Unos días más tarde, en diferentes lugares de la ciudad se percibía un olor nauseabundo, cuando parecía que todo esfuerzo resultaba inútil, saltaba la noticia han rescatado con vida a otra persona y luego a unos bebés. Ante la sensibilidad que prevalecía en el ambiente, estas excepciones cobraban la connotación de milagros. Sin embargo, considero que es conveniente reflexionar sobre las condiciones en que vivimos y lo que pudiera realizarse, a fin de evitar en la medida de lo posible las consecuencias de un nuevo desastre.
Es evidente que la ciudad de México ha estado sujeta a lo largo de su historia a los riesgos geológicos que la rodean. El riesgo volcánico es menos frecuente y debemos esperar que se presente a más largo plazo. Además, la actividad volcánica va frecuentemente precedida por fenómenos premonitorios. Si se logran registrar e identificar estos síntomas precursores con instrumentación adecuada, un programa acorde de protección civil permitiría mitigar la pérdida de vidas y los daños materiales.
La actividad sísmica, por otro lado, no sólo nos acecha en forma más sorpresiva e impredecible, sino que es también más frecuente. A juzgar por el rico registro histórico de sismos sentidos en la ciudad de México, debemos esperar que ésta seguirá siendo azotada en el futuro por grandes temblores. El movimiento de placas tectónicas que los origina ha existido durante millones de años y seguramente continuará irremisiblemente en el futuro. Por otro lado, el desarrollo científico actual está aún lejos de poder efectuar predicciones inminentes con un alto grado de confiabilidad, existen además serias dudas sobre la utilidad práctica de una predicción que tenga un margen de error de varios días en una urbe de las dimensiones de la ciudad de México.
Los daños sufridos en la capital a raíz de los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985 muestran que durante su incontrolable crecimiento, la ciudad se ha hecho más vulnerable a los fenómenos sísmicos, debido al número y tipo de edificaciones construidas en los últimos treinta años. A mediano plazo, las opciones que parecen viables para mitigar el peligro sísmico en la ciudad de México son un proceso de descentralización que inhiba un mayor crecimiento de la ciudad, un estricto y escrupulosamente implementado código de normas y procedimientos de construcción, la reglamentación del uso y mantenimiento de los inmuebles y la formulación de un adecuado sistema metropolitano de protección y defensa en caso de catástrofes naturales.
Corría la última semana del fatídico mes de septiembre del 85, cuando en la oficina una llamada telefónica insospechada me hacía cobrar nuevas esperanzas, se trataba de Pilar la mamá de mi hijo Héctor Gerardo.

1 comment:

Ing. Cardioide said...

Tambien mis papas estuvieron en el sismo del 85 y dicen que estuvo muy feo, tal y como lo describe.

Afortunadamente a ellos ni a nosotros nos paso nada, mas que la incomunicacion con toda la familia. Por lo que veo tambien no paso nada con ustedes :)

Muchos saludos!

Lalo.