Sunday, August 14, 2005

Una vida, una historia.-"En el Seminario"

III. “En el Seminario”

¡Por fin el día esperado!, hijo ya es hora, apúrate para que no se nos haga tarde.- las mariposas del estómago amenazaban con salir por el camino más corto, aguanté y rápidamente me preparé para iniciar la aventura.

Me despedí de mis hermanos, mi papá después de darme la acostumbrada bendición, dirigiéndose a mi mamá sentenció “no va a aguantar ni una semana”, lo que tocó mi orgullo por un momento, pero no le di importancia.

Después de aproximadamente dos horas de viaje llegamos a la terminal de autobuses de la ciudad de Puebla, abordamos un taxi.- Por favor al seminario-, dijo mi mamá. Luego de unos veinte minutos nos encontrábamos frente a la entrada, desde donde pude ver grandes pasillos, algunas áreas verdes y supuse que las canchas de juego deberían estar a un lado de la casa, en eso estaba, cuando.- Buenas tardes, ¿qué se les ofrece?- preguntó amablemente un joven vestido con una túnica. -Nos manda el señor cura Samuel, porque mi hijo quiere ser sacerdote, venimos a platicar con el padre Ignacio.- ¿El padre Ignacio?- dijo entrecerrando los ojos tratando de recordar por unos segundos. -No señora aquí no vive ningún padre con ese nombre, ¿a qué seminario la mandaron?- Al seminario menor mercedario, el padre me dijo que era fácil de llegar, pero no traigo la dirección.- Pues sé que en la colonia Zaragoza hay un seminario creo que es el que busca, mire pueden tomar un camión…una vez que nos orientó nos despedimos.

La espera se prolongaba, se desvanecía rápidamente la ilusión que me provocara apenas unos minutos antes imaginando como sería mi estancia en esa bonita casa, pero me recuperé igual de pronto al pensar que el lugar que me esperaba sería igual o mejor.

Caminamos regreso a la parada del camión cargando las maletas que comenzaban a pesar.- Mamá ya tengo hambre.- Humm preparé unas tortas de queso de puerco bien ricas, les puse jitomatito, cebolla y rajitas, vamos a comérnoslas aquí en la sombrita.- El jitomate no soportó el calor del viaje y como saben el sabor no era muy grato, pero nos pasamos los bocados con una tibia agua de limón.

Abordamos el camión con destino al “paraíso prometido”, unos minutos después el polvo del camino y brincoteo del camión me comenzaron a preocupar porque seguramente otra vez estábamos perdidos.- Mamá creo que no es por aquí, por qué no le pregunta al chofer.- Accediendo a mi sugerencia ella preguntó y escuché.- Sí señora yo le digo en dónde bajarse, todavía falta.- agregando.- de ahí como a trescientos metros está el seminario. La respuesta me estremeció, porque si bien imaginaba que debería estudiar mucho para en el futuro celebrar misas, también como cualquier niño a la edad de once años imaginaba un lugar muy bonito con áreas para jugar, dentro de un ambiente místico y educado.

-Aquí es la bajada, dijo el chofer.-agregando.- aquí derecho como a trescientos metros está un zaguán negro ahí es.- El panorama me resultaba desolador, la calle sin pavimento, las casas a medio construir, por lo que pensaba ojalá que nos digan que ahí no es el lugar.

Después de unos cuantos golpes al zaguán, un muchacho pecoso más o menos de mi edad abrió la puerta.- ¿se encuentra el padre Ignacio?- preguntó mi mamá.- sí ahora viene.- contestó, echando a correr. Me sentí defraudado por las personas que anteriormente comentaban que el lugar era muy bonito, pero no podía decir nada, pues creí que podría mal interpretarse y que mi mamá pensaría que realmente no quería ser padrecito y sólo buscaba estar más a gusto sin tener que trabajar en la casa, comentario que en algunas ocasiones mi papá mencionó.

Un señor de aspecto agradable, de mediana estatura, blanco y regordete aproximadamente de unos 32 años, se presentó.- buenas tardes ¿en qué les puedo servir?- venimos de parte del señor cura Samuel…, dijo mi mamá.- y continuaron platicando por unos momentos, mientras yo me distraía viendo jugar en el patio a unos próximos compañeros un supuesto básquetbol, usando de canasta una silla vieja sin asiento que habían colgado de unas varillas que salían de una columna. En eso estaba, cuando el padre le llamó a uno de ellos. - ayúdale para que se instale en el dormitorio grande, hay un catre desocupado.

Sin imaginar el significado que tendría ese momento, solté la mano de mi mamá para empuñar el lazo que amarraba la caja parte de mi equipaje y el compañero me guió al dormitorio cargando la vieja maleta de lámina, en el trayecto se sumaron algunos curiosos para interrogarme sobre si llevaba galletas o alguna fruta, después de tender mi catre regresé para despedirme de mi mamá.

De regreso por el pasillo sentí angustia y tristeza, apenas empezaba a digerir que mi mamá se iba y que mis hermanos y papá tampoco estarían, llegué al lugar en donde apenas unos instantes antes dejara a mi mamá y al padre Ignacio platicando y ¡ya no estaban¡ no puedo aún ahora describir lo que sentí, fue una mezcla de sentimientos que me desgarraban.

Confundido por un momento me quedé parado en el lugar, sentí deseos de llorar; pero como siempre me dijeron “los hombres no lloran”, además de que ahí estaban mis nuevos compañeros esperando mis reacciones, contuve con esfuerzo las lágrimas, aún sentía el nudo en la garganta cuando apareció nuevamente el padre Ignacio.- “Me dijo tu mamá que la despidiera, pero ve al dormitorio, tienes tiempo para que arregles tus cosas y después te integres a las actividades de la comunidad”.

Después de compartir la caja de galletas y unas naranjas con mis nuevos compañeros, sonó la chicharra, como por arte de magia todos salieron rápidamente del dormitorio.-Apúrate porque si llegas tarde te castigan.- dijo el que iba al final de la procesión, por lo que los seguí de inmediato.

Formados de dos en fondo, totalmente en silencio y bajo la mirada inquisidora del que pronto supe era uno de los “celadores”, de manera solemne avanzamos hacia la capilla. Antes de entrar me entregaron un cuadernillo, el “libro de oraciones”, que tenía sólo la portada en español, porque las oraciones todas estaban escritas en latín. El rosario fue guiado por uno de los compañeros “viejos”, esa connotación recibían aquellos que ya tenían un año dentro del internado, quienes recitaban los rezos en latín mientras de reojo miraban a los “nuevos” que intentábamos imitar apoyados en el libro.

Concluido el rosario uno de los celadores hizo sonar una campanita de mano una sola vez, en automático por la reacción de los “viejos” entendí que significaba hincarse, enseguida se escucharon dos toques de campana y todos a formarse de dos en fondo, después tres campanadas y comenzamos a avanzar. Sin perder la formación y solemnidad nos dirigimos al comedor, donde antes de tomar asiento, otro de los compañeros inició con la bendición de los alimentos y los que ya sabían lo acompañaron, “los nuevos” sólo lo intentamos. Pueden sentarse, dijo el celador con actitud de prepotencia, voz firme y mirada fría. Las mesas despedían un olor a viejo combinado con trapo mojado que se mezclaba con el olor que despedía el atole de harina de arroz.

La mesa estaba puesta, había platos de aluminio con tres divisiones, paneras de plástico, vasos de aluminio y cucharas, cuatro de los compañeros empezaron a servir la cena, dos con una jarra de plástico servían el atole, mientras los restantes en peroles de aluminio y un cucharón venían depositando una especie de sopa que nunca supe realmente qué era, pero que advertí no les gustaba a la mayoría, ya que con muecas y ademanes con las manos pedían les sirvieran poco, por lo que al llegar mi turno inocentemente rompiendo el silencio dije yo no quiero. De inmediato sentí las miradas de sorpresa e incredulidad de los compañeros, el que servía se quedó frente a mi al tiempo que volteaba a ver al celador.- sírvele.- le dijo mostrando enfado, luego a mi.- te lo vas a comer.- no me gusta, alcance a decir.- silencio.- me indicó.

Era norma que durante la mayor parte de las actividades deberíamos mantenernos en silencio, ya unas horas antes me lo habían comentado, pero la prepotencia del celador y el que quisiera forzarme a comer esa masa desagradable realmente me molestó, por lo que opté por no comer, decisión que generó mi primer problema.

Unos minutos más tarde el celador se acercó a mi lugar para supervisar mi plato.- que te lo comas.- me dijo pausadamente, ya no soporte su actitud y lo reté.-¡¿y si no quiero qué?!.--ahora verás.- contestó mientras se retiraba hacia la puerta, instantes después regresó acompañado del padre “Nacho” quien se quedó frente al comedor recorriendo con la mirada a cada uno de los presentes, para después con un leve movimiento de cabeza se dirigió al celador para que diera la señal a través del toque de campana para que nos levantáramos. Antes de que me incorporara, el padre me señaló diciendo tú te esperas.

Frente a las mesas, formando un rectángulo rezaron unas oraciones y avanzaron nuevamente en silencio hacia la capilla, mientras se acercaba el padre a mi lugar diciendo muy molesto -aquí no vienes hacer tus payasadas y nadie te va a cumplir tus caprichitos, tienes que comerte eso o te largas ahora mismo-.

Por un momento pensé decirle que sí me iba, pero al instante recapacité, ya es noche y no tengo dinero y recordé la despedida de mi papá “no va aguantar ni una semana”, tomé la cuchara y me llevé a la boca rápidamente dos o tres bocados, pero los regresé al plato con algo extra, provocando que el padre se enojara todavía más.- te tragas eso y si no ya sabes.- dijo dirigiéndose a la salida, agregando.- y apúrate para que alcances a tus compañeros en la capilla, mientras el celador vigilaba sentado al extremo de la mesa. No hubo manera de evitarlo, comencé a comer lentamente pequeñas cantidades tragándolas con atole, una vez terminé me sume a los compañeros que estaban prácticamente terminando de rezar las oraciones de la noche, las cuales eran después de la visita al santísimo.

Salimos en el mismo orden hacia nuestros respectivos dormitorios, eran tres de diferentes tamaños, el que me tocó contaba con alrededor de 40 catres, las ventanas en lugar de vidrios tenían malla de alambre, el piso era de cemento firme aunque muy delgado ya que las ratas fácilmente podían romperlo, comprobándose cuando menos en dos ocasiones que fueron mordidos unos compañeros antes de que se tomaran medidas para evitarlo.

Todo estaba normado, con un horario para cada actividad y un reglamento estricto, así como una serie de castigos que los celadores, que habían sido previamente seleccionados entre los compañeros por el rector, tenían facultad de imponer en caso de alguna infracción.

Las actividades iniciaban a las 5:20 de la mañana y concluían a las 9:30 de la noche, incluyendo las propias de un estudiante de secundaria así como las correspondientes al apostolado. La casa y escuela estaban juntas, por lo que no había necesidad de salir a la calle, al contrario estaba estrictamente prohibido, excepto los días domingos primeros de cada mes, siempre que algún familiar acudiera de visita, después de realizar las actividades de limpieza asignadas y previa autorización del padre rector, con la consigna de regresar antes de las 8:00 p.m.

Me adaptaba rápidamente a la nueva vida, antes del primer mes muchos de los compañeros de reciente ingreso regresaban a sus casas, la comida no era la mejor pero no había por qué quejarse ya que la mayor parte provenía de donaciones de mercados. El problema se acentuaba por la falta de conocimientos culinarios, ya que quienes preparábamos los alimentos éramos los estudiantes, siendo una de las actividades que el padre rolaba semanalmente.

Llegó el primer domingo de visita, la emoción era más que evidente principalmente de los de recién ingreso, yo sentía una contracción en el estómago al imaginar que vería en unas horas quizá a mis papás y a algunos de mis hermanos y seguramente tendría noticias de la familia. Las actividades se desarrollaron de forma normal, hasta ocupar nuestros lugares en el comedor para desayunar, con la acostumbrada pose, el celador dijo la frase clave “benedicamos dómino”, es decir “bendigamos al señor”, equivalente a que podíamos romper el silencio mientras desayunábamos.

La rutina se alteró nuevamente al salir de dar gracias al santísimo, actividad que se llevaba a cabo en la capilla después de cada alimento.- Pueden hacer sus actividades y después, quienes tengan visita podrán salir con el permiso del padre rector - dijo el celador.- agregando.- quienes no, tienen libre hasta la hora de la comida.

Me tocaba en ese lapso barrer el patio, cogí la escoba y con más ganas que antes barrí, tiré la basura y me integré a unos compañeros que poco antes descubriera en la azotea, me tendí en el piso como ellos lo hacían para evitar nos descubriera algún celador, todos con la mirada fija hacia la calle buscábamos distinguir a lo lejos a alguno de nuestros familiares, sólo distrayéndonos cuando alguno comenzaba a brincar y echando gritos un tanto ahogados se retiraba del grupo para recibir la visita.

El tiempo pasaba lentamente, la espera se hacia muy larga, después de un rato la ilusión se confundía con el sentimiento de angustia, unas horas más tarde se escuchaban los sollozos callados de quienes no habíamos tenido suerte.

Bajé de la azotea y me dirigí al “bosque”, que se componía de algunos árboles y en medio una mesa y sillas de mármol, allí me senté, lloré y me recuperé, para más adelante dar la cara evitando burlas de la situación. Algunos nos juntamos en la orilla del río que pasaba a unos metros donde terminaba el “bosque”, quiero comentarles que desgraciadamente flotaba basura y el agua presentaba colores diferentes, debido a que una fábrica que teñía telas descargaba sus residuos, pero bueno, los ahí reunidos comenzamos a tirar piedras al agua, intentando hacer “patitos”, el estado de ánimo que prevalecía pronto se manifestó y lo que iniciara con un juego en el río, se transformó en pleito entre algunos de los presentes, teniendo que practicar los golpes, cosa que antes de ingresar al seminario mínimo llevaba a cabo dos veces al día.

Ya más tranquilos, el comentario de rigor.- “nadie va a rajar, porque si se enteran nos corren” “y es más, al que se le suelte la lengua se las verá con los demás”. Nos fuimos hacia la casa, faltaban unos minutos para las dos de la tarde y deberíamos estar listos para entrar al comedor. El día terminó con la incorporación de los agraciados que habían sido visitados por su familia, los “viejos”, dada su experiencia después de identificar a los felices compañeros se apresuraban a “la visita de cortesía”.- ¿qué nos trajeron? .- era el saludo obligado, el compañero aludido sabía que debería mostrar sus regalos con una sonrisa, al tiempo que ofrecía “voluntariamente”, consciente de que si no repartía seguramente por la noche al menos los comestibles como galletas frutas y dulces desaparecerían, ya saben ratas de dos o cuatro patas.

Quiero comentarles, que esta historia se repitió muchas veces, ya que durante aproximadamente 3 años de mi estancia en el seminario solo recibí la visita de mi mamá y alguno de mis hermanos en tres ocasiones.

Las edades de los internos fluctuaban entre los 10 y 20 años, procedíamos de diferentes estados de la república, algunos sólo con la intención de terminar la secundaria, otros por escapar de los problemas con sus papás y pocos pensando algún día vestir los ornamentos de sacerdote. La mezcla de costumbres y edades resultaba muy heterogénea, poniendo en práctica la famosa frase “la unión hace la fuerza”, en poco tiempo constituimos un pequeño grupo dentro de la comunidad, sin imaginar en ese momento lo importante que resultaría estar unidos.

Algunas aventuras emocionantes las llevamos a cabo en equipo, como el escaparnos a la tienda más cercana vía el río para comprar cualquier dulce o rajitas de chiles en vinagre para acompañar con los frijoles, ir a los alfalfares a atrapar luciérnagas, organizarnos para robar la nata del comedor o para competir en la creación de cohetes impulsados con pólvora elaborada por nosotros, pero algo muy importante era el que alguno de los integrantes quedara como servidor, cocinero o ayudante de cocina. Ya algún día de la semana, previo acuerdo, uno de ellos dejaría la ventana que daba al comedor solamente emparejada para poder acceder a la nata y bolillos y por otra parte, dependiendo de la calidad de la comida, te servirían mayor o menor cantidad con sólo una pequeña mueca.

No había mucho tiempo para jugar, pero el que nos permitían era aprovechado al máximo, practicábamos principalmente el fútbol en el patio de la casa, con excepción de los días jueves que íbamos corriendo a un campo de juego que se encontraba como a 2 kilómetros de distancia del internado, después de unas tres horas ininterrumpidas pateando el balón, corríamos hacia la casa para ganar el baño. Aunque el agua era fría y las regaderas estaban disfrazadas por tres tubos que salían del la pared, la verdad el bañarnos era necesario más aun cuando sólo podíamos hacerlo los días jueves y domingos, dada la escasez de agua.

Debido a las rígidas reglas, las lecturas de libros analizados en comunidad y demás condiciones y experiencias en el internado, mi carácter se iba forjando al tiempo que me daba cuenta que cicatrizaba el corte del cordón umbilical, la ausencia de mis familiares el día de visita cada vez me causaban menos dolor transformándose en un sentimiento de rencor.

La limpieza de la ropa interior era responsabilidad de cada uno, la demás era entregada de forma semanal a unas señoras que nos hacían favor de lavarla, regresándola los días sábados, o días de pesquisa para los que teníamos poca ropa, dado que una vez entregada la ropa a cada interno, sobraba algo que no había sido reconocido o bien que ya no le quedaba o le gustaba a algún compañero, misma que era repartida a los más necesitados, entre los cuales yo era identificado. No me incomodaba usar ropa regalada aunque en ocasiones no fuera de mi talla, pues entre los compañeros no había problema y nadie del exterior podía verme.

Pasaron los días habituándome al orden, consolidando valores como el sentido de responsabilidad y la constancia sintiendo el vacío de cariño por parte de mi familia.

Recuerdo muchos eventos pero para no aburrirlos sólo les comentaré los que siento fueron más relevantes, como la guerra de zapatos en el dormitorio cuando apagaban la luz y que por alguna razón el celador no estaba presente; claro aparecía generalmente cuando menos se esperaba, mandando hincarse al patio a los que pudiera sorprender, castigo que podría durar desde una noche hasta por varias semanas una vez concluidas las oraciones de la noche. Debo decir que el problema no radicaba en mantenerse hincado varias horas, más bien era el escuchar en las sombras el canto de las lechuzas entre los árboles, el rechinido de las puertas y el rezo del miserere (rezo para los muertos) por parte de los compañeros que por el momento tuvieran asignado participar como acólitos. Resultaba tétrico el escuchar y el ver a un compañero con una vela y al otro portando el aguan bendita, reflejándose las sombras en las viejas paredes.

Un buen día nos dieron la noticia de que la capilla vieja sería el nuevo dormitorio, tenía pisos, ventanas, todo en buen estado, sólo existía un pequeño problema, éste era su historia que nos fue narrada el primer día en que la ocupamos, resulta que durante la revolución cristera en esa capilla habían decapitado a varios sacerdotes, pero claro, después de celebrar tantas misas el lugar prácticamente se debería considerar santo.

El lugar realmente era más bonito y mucho más cómodo, contaba a un costado de donde se encontrara lo que había sido el altar, con una pequeña puerta, misma que estaba estrictamente prohibido abrir y aún más grave entrar, pero como sospechan están en lo correcto, lo prohibido resulta más inquietante y en la primera oportunidad abrí la puerta descubriendo unos escalones que descendían hacia un sótano. Estaba totalmente oscuro por lo que sentí miedo avanzar, pero descubrí que a mi alcance se encontraba una bolsa de papel que contenía cohetes de pólvora, cogí uno y lo forré con papel estaño dándole forma de cohete espacial y rete a los compañeros a una competencia, para ver quien lograba hacer volar más lejos el cohete, para su sorpresa “mi diseño” fue el mejor.

Otra ocasión, desperté durante la madrugada, recuerdo que la luz de la luna penetraba por las ventanas permitiendo ver con claridad en el interior del dormitorio, de pronto sentí una oleada fría recorrer todo mi cuerpo, al tiempo que de manera paralela escuché los pasos de un perro chocando las uñas en el piso, volteé hacia la puerta de entrada suponiendo que se encontraba abierta y que uno de los perros que teníamos se había metido. Sin embargo, la puerta se veía cerrada y una nueva oleada de frío y pisadas de perro se presentó en dos ocasiones, lo que me paralizó de miedo tapándome con las cobijas he intentando rezar, lo cual no me fue posible por unos instantes pues sentía que en cualquier momento alguien me atraparía. Pensé en aventar las cobijas y enfrentar lo que fuera, finalmente no estaba sólo despertaría a mis compañeros y así lo hice saltando como resorte del catre al tiempo que veía hacia todas partes sin que pudiera ver nada fuera de lo normal, me acerqué a mi amigo Ismael lo sacudí para que despertara y le conté lo sucedido, en un acto de supuesto valor decidimos investigar fuera del dormitorio, fuimos a la sacristía, vimos los candelabros las figuras de las imágenes de los santos que ahí se almacenaban y nos salimos al patio donde dimos vueltas mientras platicábamos durante aproximadamente dos horas, hasta que uno de los padres que auxiliaba al padre Nacho nos mandó a acostar, diciendo “no se preocupen yo me encargo”.

A propósito, sobre este padre hay cosas raras que decir, en su celda (habitación) tenía pinturas ensangrentadas y algunas personas aseguraban haber visto una sombra flotando a la mitad de su ventana durante la noche, motivo que decían los llevó a renunciar al seminario. Años más tarde, se publicó en los diferentes medios de la ciudad de México, que mientras celebraba la santa misa la ostia de consagrar sangraba, siendo motivo de morbo para mucha gente. Posteriormente el padre se autonombraba obispo independiente siendo excomulgado por el santo papa.

Alguna vez las reflexiones que el padre rector hacía en comunidad después de la acostumbrada lectura se referían “al pecado solitario”, no sabía de que hablaba, pero debería ser algo muy malo.- “No deben abusar del cuerpo que Dios les dio, y de caer en la tentación deben confesarlo a la brevedad, porque de comulgar sin haber confesado este pecado cometerán sacrilegio, no pudiendo entrar al cielo a la hora de su muerte”. Espantado principalmente porque no entendía como podría caer en “tan repugnante y grave pecado”, comencé a indagar de lo que se trataba, pronto uno de mis compañeros mayores me dio la respuesta, generando en consecuencia una novedosa inquietud de investigador, interpretando las continuas “casas de campaña” que con frecuencia hacían con las cobijas los vecinos del dormitorio y poco tiempo más adelante constatando de lo que se trataba, no sin sentir el complejo de culpabilidad al día siguiente frente al confesionario, sintiéndome el más sucio y pecador de los mortales. De esta manera también comprendí la razón por la que hacía un tiempo dieran de baja a dos compañeros que los encontraron durmiendo en la misma cama.

En el mismo orden de ideas, un día de fin de semana cualquiera, me encontraba frente al bosque a un lado de la construcción de la casa, dirigí la mirada hacía el lado izquierdo llamándome la atención el movimiento de una chamarra roja atrás de la corraleta de los puercos, me acerqué sigilosamente para ver que pasaba, llevándome tremenda sorpresa al descubrir que eran dos compañeros jugando a las “cebollitas” escondidos y con los pantalones abajo, comprendí la gravedad de la situación, esperé la noche para poder hablar con el padre rector sin que algún compañero se enterara.- Pasa, está abierto.- dijo al tiempo que abría la puerta una señora joven morena de baja estatura.- ¿está el padre?.- sí claro, está viendo la televisión, permíteme -. unos instantes y.- ¿qué pasa?, dijo en tono amable el padre Nacho.-ah mira te presentó a mi secretaria.- agregó. .- padre quiero decirle algo que pasó hoy en la tarde.- dime de qué se trata.- desvíe la mirada un momento a la secretaria, por lo que el padre me dijo.- no te preocupes ella puede escuchar, es de toda confianza.- sabía que era muy grave el denunciar la situación, pero estaba convencido que era peor ser cómplice y condenarme en el infierno.- padre es que….- una vez terminé con mi denuncia.- no te preocupes yo me encargo del asunto, pero aprovechando que estás aquí te voy a pedir un favor, necesito que todos los días lleves un litro de leche a la casa de mi secretaria, lo harás a la hora del aseo de las áreas por lo que ya no te voy asignar actividad, empiezas mañana así que ten 60 Centavos para el camión.- si padre gracias, ya me voy a dormir buenas noches.- espérate no sabes en dónde queda mi casa, mira es sobre la avenida …..- bueno entonces mañana le llevo la leche, buenas noches.-buenas noches.-

Salí con la conciencia tranquila, estaba seguro de haber hecho lo correcto y además a partir de la mañana siguiente tendría la oportunidad de salir a la calle, aunque por otra parte pensaba que seguramente darían de baja a los compañeros que apenas unas horas antes se encontraban jugando sucio cerca de los puercos.

Pasaron varios días y los compañeros seguían en el internado, realmente nunca supe si el padre tomó alguna medida, por mi parte, el salir a cumplir mi encargo no sólo me libraba de las actividades de limpieza, pronto me percaté de las diferentes ventajas que ofrecía el salir a la calle y lo aproveché. Me iba caminando para ahorrar el dinero del pasaje y así poder comprar alguna golosina o una bolsita de rajas de chile en vinagre, lo cual tenía gran éxito entre los compañeros, permitiendo un mayor estatus y poder dentro de la comunidad, inclusive los celadores me trataban mejor.

La leche era para el bebé, hijo de la señorita secretaria, quien vivía con su mamá la que se encargaba de cuidarlo mientras su hija salía a trabajar, información que la misma señora me proporcionó. A casi un año de llevar a cabo esta actividad.- buenos días señora.- dije al entregar la botella de leche.-.- buenos días.- me contestó con ojos llorosos.- mi hija ya se fue a vivir a otra parte y ya no es necesario que mañana traigas la leche para el niño.- si señora, yo le digo al padre Nacho.- no, no es necesario yo ya hablé con él, ándale que te vaya bien.- Aún con la recomendación de la señora, sentía la obligación de decirle al padre lo sucedido, por lo que en la primera oportunidad una vez regresé al internado busque al padre Nacho, pero me dijo uno de los celadores que había salido, por lo que a partir del día siguiente no salí a la calle ya que el padre Nacho ya no regresó.

Llegó el relevo del padre rector, un padre más joven y también estricto que dio continuidad al encargo. Y de verdad que continuó con las actividades incluyendo las prohibidas, pero de esto más adelante se los relato.

Yo también infringí la norma, debo decir que aproximadamente veinte alumnos eran externos, entre los cuales cuatro eran mujeres, una de ellas me llamó la atención, usaba unas faldas que dadas las condiciones, consideramos algunos compañeros y yo como provocativas. Fernando, un amigo, me confió que le había pedido que fuera su novia y lo había rechazado, por lo que pensé, debo solucionar este problema, - ¿Por qué no quieres ser novia de mi amigo Fernando?, - “porque no”- contestó con una mueca de sonrisa-, ¿ y si yo te pregunto si quieres ser mi novia que me dirías?, -“Que sí”-, de momento no supe que hacer, me sorprendieron varias interrogantes, ¿Qué le digo a Fernando?, ¿Cuando descubra que no se besar qué pasará?, ¿Si se entera algún celador y me corren? Todo fue superado satisfactoriamente aunque duró muy poco tiempo, debido a que la sorprendí muy cariñosa con uno de los celadores, mientras esperábamos para presentarnos con un grupo de poesía coral en el teatro principal de Puebla, motivo por el cual decidí ya no continuar y más aún no volver a dirigirle la palabra, cumpliendo con el cometido muy a mi pesar.

Para ese entonces me encontraba a unos meses de terminar con la educación secundaria, lo que significaba que debería dejar ese internado y en caso de decidir continuar estudiando para sacerdote, tendría que irme a otra casa en la ciudad de Toluca. Antes de mi salida los rumores corrieron por toda la casa, siendo la noticia más fuerte recibida durante mi estancia.- Que el padre Nacho había “colgado” los hábitos y se había casado con la secretaria con quien tenía un hijo.- Esta información impactó el concepto que tenía respecto a la iglesia.

Llegó el momento, se llevó a cabo la ceremonia de terminación de cursos, obviamente ninguno de mis familiares estuvo presente, me despedí de la mayoría de mis compañeros, ya que únicamente tres de los que terminamos la educación secundaria continuaríamos dentro de la institución, el resto regresaría a sus casas. Al día siguiente después de desayunar y dar gracias al santísimo recibimos las últimas instrucciones, deberíamos regresar posteriormente por los certificados debido a los trámites pendientes, por otra parte a quienes continuaríamos dentro del seminario se nos indicó la dirección de la nueva casa y la fecha a partir de la cual nos esperaban.

Preparé mi equipaje y me uní al desfile de compañeros que aún incrédulos caminábamos hacía la parada del camión local que nos llevaría al centro de la ciudad desde donde abordaríamos el autobús hacía nuestros respectivos destinos. Varios compañeros coincidimos en el autobús hacia la ciudad de México, parecía que todo era un sueño y entre broma y en serio nos pellizcábamos los brazos para confirmar que era real, ¡íbamos a nuestras casas!

Unas horas más tarde, .- ¡ya llegó Gerardo¡.- gritó uno de mis hermanos y enseguida todos los integrantes de la familia, papás y hermanos nos reunimos en la sala - recámara, sentados en los sillones y otros al borde de la cama de mis papás dispuestos a escuchar mis comentarios, dirigiéndome miradas como quien se encuentra concentrado en oración. .- ¿quieres un vaso de agua?, -.yo ya ordeño ocho vacas y pasé a cuarto año.- y demás comentarios de parte de mis hermanos.- ¿y cuándo tienes que regresar? -preguntó mi mamá con un profundo suspiro y en tono melancólico.- aproximadamente en dos meses tengo que ir por mi certificado y presentarme en la casa de Toluca.- bueno hijo, descansa un rato para que después les ayudes a tus hermanos, dijo mi papá.

Los primeros días el trato era especialmente notorio, me seguían viendo como el futuro “santo” de la familia, algunas señoras vecinas de la casa mostraban interés sobre mi caso, preguntando con una mirada tierna.- ¿entonces este es el niño que está estudiando para padrecito? - sí, él es -, contestaba con evidente sentimiento mi mamá.-

Gradualmente la presión fue aminorando, aunque el efecto del trato me obligaba a mantener la conducta más correcta posible, a fin de evitar el desencanto total. Al rezar el rosario, en ocasiones consciente para llamar la atención fingía equivocarme contestando las oraciones en latín, lo que provocaba de inmediato miradas de comprensión de mi familia acompañadas de una pequeña sonrisa.

Así llegó el día para acudir por mis documentos a la ciudad de Puebla y ese mismo día dirigirme a la ciudad de Toluca, con la caja de cartón y mi vieja maleta recibí las bendiciones de mis papás y los abrazos de despedida de mis hermanos.

Ya era un niño grande, faltaban unos meses para que cumpliera los catorce años por lo se consideraba innecesario que alguien me acompañara, cogí la vieja maleta de lámina, mi mamá sacó de entre su ropa interior el monedero y me dio el dinero para los pasajes, desde luego que no era necesario más, pues seguramente al llegar al seminario me darían de comer.

Mi visita al seminario fue bien recibida por parte de los ahora “viejos”, que comentaban mostrando emoción algunas anécdotas pasadas, o bien otros apartados narraban con los recién ingresados seguramente algunas travesuras en las que me había visto involucrado, ya que me miraban con discreción mientras escuchaban atentos.

Un ex compañero cuya virtud no era el ser discreto me preguntó.- ¿ya sabes que pasó con el padre rector?.- ¿te refieres al padre Nacho?,.- no, al que llegó en su lugar.- no, ¿qué pasó? .- pregunté con una buena carga de morbo.- pues fíjate que se llevó una semana a la hija del conserje, ¿La pelirroja?- interrumpí - sí, y lo peor es que salió embarazada, parece que ya lo expulsaron de la orden.- otro más, dije moviendo la cabeza como signo de desaprobación.

Entre los nuevos alumnos reconocí a Romualdo, resulta que habíamos sido compañeros de escuela en 1º de primaria, recordamos rápidamente los momentos que habíamos vivido en común, como el primer pleito que tuve que sostener con Ignacio Pérez Flores, quien era mi compañerito de banca y que me limitaba a sentarme en una nalga, poniendo límite con una marca en la banca y en caso de que por descuido la rebasara de inmediato recibía un codazo. Aclaro que, mi mamá me sentenció antes de entrar a la escuela, .- si te expulsan por pelear te voy a pegar y ya le dije a la maestra que si te portas mal te pegue.-, razón por la que me aguantaba el trato que me ofrecía dicho compañerito. Sin embargo, un buen día la maestra salió del salón y mi tolerancia se agotó, al primer codazo le respondí con otro y él empuñando el lápiz me encajó la punta del grafito en la parte de la cien, lo tiré al piso y le estaba golpeando cuando regresó la maestra.- A ver qué están haciendo, no deben pelear, vayan a sus lugares.- eso fue todo, permitiéndome darme cuenta que no llegaba a más, lo que aproveché a partir de esa fecha regresarle con creces sus atenciones al compañero. Años más tarde, este encuentro con mi ex compañero Romualdo Martínez Rubio se repetiría en condiciones totalmente diferentes.

Después de algunos comentarios más y recibir la notificación de que todavía no estaban mis documentos y me serían enviados posteriormente a la casa en Toluca, cargué mi maleta y me despedí. Una vez hecho escala en la ciudad de México, llegué a la terminal de autobuses de la ciudad de Toluca, serían como las 7:00 p.m., la noche iba cayendo, hacía frío y no sabía cómo llegar al domicilio que me dieran previamente. Inocentemente comencé a caminar, preguntando a algunas personas sobre el domicilio, que después comprendí no tenían mucho interés de que lo encontrara, más o menos dos horas más tarde, me sentía cansado, la maleta parecía pesaba el doble, el estómago me reclamaba algo de alimento, pero sin dinero decidí descansar, busqué un lugar “seguro” pues llevaba mi equipaje, así que encontré un rincón en un estacionamiento que tenía poco movimiento y ahí en una pequeña banqueta me enredé una cobija parte de mi equipaje. El frío era cada vez más fuerte y después de algunas horas, los dedos de pies y manos los sentía dormidos, me levanté a caminar, poco más tarde amaneció y me dispuse a continuar con mi búsqueda, aproximadamente a las 6:00 a.m., me encontraba tocando el timbre de la casa parroquial.

Me presenté con el padre Baca, quien aún se encontraba acostado, después de la acostumbrada bienvenida me preguntó quién me había llevado y por qué tan temprano, le comenté lo sucedido, lo cual le sorprendió mucho -“eres muy audaz, a ver lleva a este niño al dormitorio para que duerma un poco”, le dijo al joven que un momento antes me abriera la puerta. – Ya platicaremos más tarde.

¡No era catre!, la cama estaba muy bien, descansé unas horas pero el hambre me despertó, me presenté en la cocina ¡había cocineras!, desayuné unos ricos huevos con frijoles refritos y una tasa de café con leche. Recorrí la casa, nada que ver con la anterior, había baño caliente y podía ser usado todos los días, la comida era buena, el dormitorio también. En unos días iniciaría la preparatoria, misma que se ubicaba a algunas cuadras de la casa, lo que me emocionaba ya que todos los días podría salir y además conocería nuevos compañeros y compañeras, porque se trataba de una escuela federal.

El padre Baca, me platicó que había ido a Roma a visitar al Papa, me dijo que su papá vivía en la ciudad de México y la próxima vez que fuera a visitarlo me invitaba para que lo acompañara, no pasó mucho tiempo cuando cumplió con su promesa. Íbamos rumbo a México en su carro marca Opel, modelo 68, cuando se escuchó en la radio, “El gran piloto de autos Ricardo Rodríguez, sufrió un accidente en la vuelta de las 500 millas de Indianápolis y falleció, México está de luto”.

¿Te has subido a la montaña rusa de Chapultepec?- me preguntó rompiendo el silencio,- no, nunca – pues vamos. Me compró golosinas, nos subimos al ratón loco y dos veces a la montaña rusa, entramos a la casa de los espantos y a la de los espejos. Para continuar con el itinerario, que consideraba visitar a una familia que lo invitó a una comida y posteriormente llegar al departamento donde vivía su papá. La comida fue muy sabrosa, comí bien, pero mi aparato digestivo no estaba del todo de acuerdo, el estómago reclamaba con ruidos constantes, que yo trataba de confundir con algunos guturales.

Llegamos a casa del papá, nos recibió con mucho gusto ofreciéndonos algo de cenar, decliné la oferta, ya no aguantaba los cólicos y sentía que en cualquier momento dejaría salir un gas de protesta, sentía reventar por lo que pregunté por el sanitario, poco pude hacer, pues el departamento era muy pequeño y si “soltaba”, seguramente se escucharía, así que salí con el problema cada vez mayor, sudaba sentía frío y me dada pena que se dieran cuenta de mi situación. “Vamos a dormir impúber” me dijo haciendo un gesto de bostezo, nos acostamos en una cama matrimonial, me dio mi cobija y -“buenas noches que descanses”.

Y claro que descansé, porque me quedé dormido y al despertar unas horas después me encontraba totalmente empapado de sudor y con un gran vacío en el estómago, pero muy descansado, sólo con la preocupación de pensar que el padre Baca hubiera escuchado la tormenta, lo que preferí creer que no, pues seguramente él se encontraba bien dormido durante los relámpagos.

Pasaron los días, ingresé a la preparatoria No. 1, ¡claro! me tocó la novatada, una vez rapado y embarrado de pintura, me “sacaron a pasear” amarrado del cuello con un lazo para que pidiera dinero a los automovilistas, desde luego antes de ir a “espantar” con puños de agua al águila metálica que se encontraba en la fuente, so pena de no hacerlo recibir unas piedras.

El tiempo transcurría y aunque mi estatura no es nada espectacular, di un pequeño estirón, la ropa lo denunciaba, los pantalones al tobillo, las camisas con las mangas casi a tres cuartos y las miradas de mis compañeros que no me dejaban imaginar lo bien que podía verme. La visita de mi familia no llegaba, lo que suponía podría ser la solución ya que me podrían comprar algo de ropa, añoraba en esa parte la casa anterior, pero ahora no había muchachos de mi estatura ni edad para que me compartieran algo.

Un buen día nos dieron la indicación de que tendríamos que ir de colecta a varias iglesias, me tocó acompañar a varios compañeros a la de “arcos de belén” en la ciudad de México y visitar algunas en diferentes pueblitos del Estado de México, ahí me pude dar cuenta no sólo de las diferencias en las limosnas, sino también de la actitud al depositarlas, aprovechando muchas veces marcar su estatus o bien no quedarse atrás de su vecino de banca.

Pero bien, uno de estos días, se nos pidió clasificar el dinero separando billetes de monedas de diferente denominación, uno de los compañeros tomó dinero y me dio cien pesos, de momento pensé esto es robar mejor no lo acepto, pero al ver que los demás hacían lo mismo y recordar que me podía comprar un pantalón marca topeka, que estaba de moda, me aguanté con la conciencia intranquila.

Durante mi estancia en esta casa, la cual no llegó a seis meses, me visitó mi mamá una ocasión pero no me llevaba ropa, si no una caja de galletas y algunas frutas así como una serie de comentarios sobre la lamentable situación económica por la que pasaba la familia. Aprovechando la decepción de obtener un siete de calificación en un examen, me dije, aún estoy chico, puedo irme un año a casa para ayudar a mi familia y además comprarme ropa y después regreso.

La necesidad de cariño se acentuaba, las miradas críticas y burlonas por mi forma de vestir me lastimaban, así que tomé la determinación. Al saber mi decisión, el padre Baca me decía que no me fuera, con lágrimas y un abrazo nos despedimos.

Una vida una historia.- "De niño a adolescente"

Algunas ocasiones en momentos especiales, he comentado a familiares y amigos algunos pasajes de mi vida, considero que debido a lo poco común que resulta, muchas veces me han sugerido escriba mis vivencias.

Apoyado en estas sugerencias me dispongo a escribir, esperando lograr a través de estas cuartillas motivar a quienes sientan que la vida por momentos deja de tener sentido, que víctimas de la depresión y apatía se cobijan en la soledad, las drogas y la desesperación.

I. “Mi origen”

Mis padres de origen campesino del estado de Jalisco, llegaron a finales de la década de los 50s a la ciudad de México buscando una oportunidad para vivir, con muchas necesidades pero también llenos de ilusiones y entusiasmo.

La familia que para ese entonces constaba de tres hijos, crecería de forma importante alcanzando la nada despreciable cifra de 13 hermanos, ocupando yo el tercer lugar.


II. “Mi infancia”


Recuerdo anécdotas que considero fueron marcando mi personalidad, ya que algunas datan de mis primeros años de vida, esperando no aburrirlos me permito compartirles algunas de ellas.

La primer casa que recuerdo fue en la colonia Esmeralda del Distrito Federal, consistía en dos cuartos separados por un pequeño patio, uno era la recamara, el otro para usos múltiples. Aunque el espacio era pequeño no parecía ser necesario más, los muebles: dos camas, una cuna, un ropero, una estufa de petróleo y una mesa con sus cuatro sillas y algunas cajas de cartón, además de la bicicleta que mi papá utilizaba para distribuir en tiendas, dulces, cuadernos, lápices entre otros, obteniendo los recursos para vivir con la reventa.

Había un terreno en la parte de atrás, donde estaba un lavadero, un pesebre, una pileta de agua, un chiquero (sauda), armado con palos con un comedero para puercos, todo bardado de ladrillo desgastado y en partes sin ladrillos que hacían las veces de ventana, permitiendo a la vecina “Doña Juana”, le recordara con mucha frecuencia a nuestro casero con sendos gritos- “Don Abel ya ponga su contra barda-”.

Fiel a las tradiciones y justificado por las precarias condiciones económicas, mi papá nos dio a conocer su lema “aquí el que no trabaja no come” así que fue necesario trabajar desde que me acuerdo y créanme no tengo mala memoria.

Mi primeras actividades asignadas eran comunes en ese entonces para niños que aún no asistían a la escuela, considerando que no era obligatorio estudiar la preprimaria, lo que consistía en hacer pequeños mandados, pero en mi caso conforme iba creciendo, la complejidad iba de la mano, acarreaba agua mientras mi mamá lavaba la ropa. En los momentos entre cubeta y cubeta, supervisado por mi mamá aprendía las vocales apoyado con un “silabario”. Por las tardes, cuidaba que los puercos grandes no mordieran a los pequeños mientras comían, para lo que armado con un palo de escoba golpeaba el hocico de los abusivos.

Por las tardes noches, al regresar mi papá de trabajar y una vez que hubiera comido, era hora de envasar en bolsas de plástico los dulces que se compraban sueltos, utilizando para sellar las bolsas una vela y un peine, actividad en la que yo no participaba pero que me hacía sentir bien, viendo a mis papás juntos platicando mientras trabajaban, el sentimiento de bienestar era continuo, pues reunidos en el cuarto rezaban el rosario mientras yo los acompañaba un tanto distraído arriba de la cama. Recuerdo como el quinqué de petróleo iluminaba titilante el cuarto y yo aprovechaba para proyectar con mis manos figuras en la pared.

Los sábados, mi mamá temprano apartaba agua de la llave en unas cubetas para que se calentara con el rayo del sol y después bañarnos en el lavadero, por la tarde nos mandaba, a mis hermanos y a mí a la iglesia para que estudiáramos el catecismo y prepararnos para la primera comunión.

Estaba por cumplir mis primeros 6 años de vida, cuando entré a la escuela primaria “Suave Patria”, el primer día me llevó mi mamá advirtiéndome que no debería salirme hasta que ella fuera por mí, ya que el regreso a casa era muy peligroso sobre todo al atravesar un puente de un canal de aguas negras máximo un metro de ancho. Sin embargo, cuando dieron el toque para el recreo, al ver que todos mis compañeritos salían del salón, incluyendo a mi maestra Martha, yo hice lo mismo, solo que me dirigí a la calle, caminé un buen rato fuera de la escuela y casualmente cuando regresaba me encontré con mi mamá en la puerta de la escuela, que sorprendida me preguntó que hacía fuera, le expliqué lo que pasaba y me aclaró la situación.

Por ese entonces, mi papá solicitó un préstamo de $500.00 al tío Leodegario, (el tío rico de la familia), para comprar un traspaso de un terreno de 200 metros cuadrados en la colonia “San Felipe de Jesús,” que de manera irregular estaba en pleno crecimiento. Claro, la colonia no contaba con ningún servicio, había casas de construcción humilde y muchos espacios baldíos, charcos y varios ríos que la circundaban, mismos que a la postre la mayoría se convertirían en avenidas importantes, como ejemplo el de “los remedios” que se convertiría una vez entubado en la continuación del anillo periférico de la Ciudad de México.

En breve se construyeron tres cuartos, dos “recámaras y una cocina”, utilizando ladrillo pegado con barro y techo de lámina de cartón, al fondo un pesebre de unos 4 metros con su piso y tejabán. Nos fuimos a vivir a nuestra casa, como al mes nació la 6ª de los trece hermanos, Lupita, lo que celebramos una madrugada de marzo aventando piedras a la casa más cercana, ya que la comadrona nos sacó de la recámara para que no viéramos el nacimiento.

Con muchos esfuerzos, principalmente por mis papás, el pesebre se iba ocupando gradualmente, se compraron una y otra vaca, siendo el origen principal los proveedores el pueblo de San Juan de Aragón, comprando a buen precio, aunque no sin endeudarnos, desde $300 hasta en $1,200 por animal. Mi papá continuaba vendiendo sus mercancías y adicionalmente atendía los animales, por lo que empezó a asignar actividades a mis hermanos y a mí.

Por las tardes, terminado el trabajo con frecuencia salía a jugar en la calle “cascarita” de futbol con los vecinos. Todos los días mi mamá presidía el santo rosario, que a decir verdad muchas veces fingíamos estar dormidos para no rezar, porque parecía interminable con tantas oraciones que ella incluía, sin embargo, lo que no podía ser era el faltar a la santa misa del domingo y a comulgar los días viernes 1° de cada mes.

A propósito de los domingos, por un buen tiempo fueron muy emocionantes, ya que mi hermano Mario (el mayor), compraba el cuento de Kalimán y a veces el de Memín Pinguín, historietas que a pesar de estar terminantemente prohibidas en la casa, eran leídas con mucho entusiasmo para después esconderlas entre las pacas de paja en el pasturero.

También uno de esos domingo de misa, el sacerdote invitó a quien quisiera participar como acólito, es decir ayudante del padrecito, de esta forma me inicié en actividades de la iglesia, resultando atractivo para mí, ya que por unos momentos cada domingo aparecía en cuadro frente a los vecinos de la colonia con un hábito que establecía un estatus distinto al resto de la semana, en que la mayor parte del tiempo vestía ropa de trabajo con olor característico a estiércol de vaca, lo que me generó muchos problemas con compañeros de la escuela que mostraban poca tolerancia, viéndome en la necesidad de hacerlos comprender la situación a la fuerza.

Durante las vacaciones de verano e invierno, la rutina cambiaba, mis hermanos y yo deberíamos salir a pastear las vacas, aunque era obligatorio resultaba muy divertido, alrededor de las nueve de la mañana nos dirigíamos todos los días a una nueva aventura, en la rivera del río “de los remedios”, un río un poco contaminado para ese entonces, mientras los animales tragaban y descansaban, nosotros aprovechábamos para “nadar”, arrastrándonos desnudos en la arena apoyados en las palmas de las manos, eso sí pataleando muy fuerte para impresionar a los compañeros.

Otras ocasiones, con puños de agua humedecíamos el bordo del río para hacer una resbaladilla de lodo, los primeros en disfrutarla pagaban tributo, pues aún no estaba bien pulida y la arenilla lijaba como se imaginan ya que los calzoncillos no deberían salir raspados ni enlodados, situación que nos delataría ante nuestra mamá, quien nos prohibía este juego.

En medio del río se formaba una isla, el pasto crecía muy alto y había muchos pequeños arbustos, representando una autentica invitación para realizar un juego, por lo que para atravesar hacíamos cruzar a las vacas nadando mientras que agarrados del rabo nos transportaban. La primera tarea era hacer dos grupos de “indios”, para lo que generalmente contábamos con la presencia del “pato”, Jorge y su hermano Jesús y muy frecuentemente con otros amigos, confeccionábamos arcos y flechas y después de un “al ataque” comenzaba la lucha.

Algo más atrevido era el atrapar una o dos ratas del río, amarrándolas con un hilo de ambas patas traseras para llevarlas de paseo por la calle pasando cerca de las vecinas de la casa, quienes después daban la queja, pero mientras valía la pena.

Pudo haber sido mi última aventura, el día que mi hermano mayor y yo, fascinados con el número de pelotas que se estancaban en una represa que hacía el río en donde cruzaba un puente, nos decidimos a sacarlas. En ese lugar seguramente la profundidad rebasaba los dos metros, por lo que yo siendo el menos pesado me aventuré, pisando sobre las osamentas de perros alcanzando las pelotas para luego lanzarlas a mi hermano que esperaba en la orilla. Claro el olor era nauseabundo, pero los deseos de contar con tantas pelotas juntas lo superaba, de pronto resbalé hundiéndome hasta la cintura, me espanté y como pude me impulsé de unas costillas y demás huesos que tenía muy a la mano, salí con mucho cuidado embarrado de un aceite descompuesto con un olor característico, pero feliz porque logramos un total de nueve pelotas.

Como olvidar una vez que salí con ropa limpia a pastear las vacas y con una convicción a toda prueba de que regresaría a casa de igual forma. Nos encontrábamos aproximadamente a 5 kilómetros, comenzó a llover, de inmediato me despoje de la ropa e hice una bolsa con el pantalón, metí camisa calzón y zapatos y me dispuse a correr mientras arriaba los animales, pensando, se va a mojar pero no se ensuciará. Pronto comprendí mi ingenuidad, con el movimiento el nudo del pantalón se deshizo y la ropa salió al tiempo que me resbalé revolcándome en el lodo junto con mi ropa, para después aguantar la burla de mis hermanos.

Estas aventuras tenían sus consecuencias, el segundo de mis hermanos fue varias veces víctima de los ladrones, mientras nos encontrábamos felizmente jugando le robaban los zapatos, razón por la que mi papá decidió castigarlo, “ahora tu tendrás que comprar tus zapatos, a ver cómo le haces, mientras andarás descalzo”, así fue por más de un mes, mientras vendía paletas de hielo para ahorrar el monto de sus nuevos zapatos.

Claro, no era ajeno a los juegos tradicionales o de temporada, balero, trompo, yoyo, canicas, mismos que complementaban la diversión, debo decir que no había televisión en casa, aunque está por demás aclararlo al haberles dado el número de hermanos. No obstante, en casa de una vecina por la módica cantidad de 20 centavos nos permitían ver los programas de “El cuento de Cachirulo” y “Combate”.

La casa se fue modificando gradualmente, evitando que en las noches de intensas lluvias mi mamá nos despertara para mover las camas y colocar ollas o botes para las goteras.

Así transcurría el tiempo, había concluido con el primer año de secundaria, contaba con 11 años de edad, lo que aprovechaba cada oportunidad que se me presentaba para presumir que iba adelantado porque había entrado de 5 años a la primaria y no había reprobado.

Para ese entonces tenía mi novia Georgina de 9 años, quien me propuso que fuera su novio, era una propuesta inesperada, nervioso pero convencido de que “un hombre no podía rajarse” le dije, “sí, pero sin besos ni abrazos, sólo para platicar porque mi mamá se enoja”, aceptándolo ella de no muy buena gana.

Poco duró el gusto, uno de esos días me encontraba como a las 7:00 p.m. cuidando los animales fuera de la casa por disposición de mi papá, y se me ocurrió que era mi deber ir a visitar a mi novia que vivía al otro lado de la calle. Al regresar a meter los animales, mi papá los contaba y… sí ¡faltaba una vaca!- si no aparece vas a ver como te va ir.- dijo muy enojado, agregando.- falta la nueva. Me pasé la noche casi sin dormir, espantado y pidiéndole a Dios encontrarla, serían como las 5:00 a.m. cuando tocaron a la puerta .- dice mi patrón que si no es de usted una vaca con cuernos pequeños…, .- después de escuchar la descripción me puse feliz, me libraba de unos buenos golpes. Esto me llevó a tomar la decisión de terminar la relación con mi novia.

Olvidaba comentarles, que alguna vez hojeando el libro que me regalaron para mi primera comunión, que por cierto fue el 31 de julio de 1963 a la edad de 6 años, se me ocurrió decirle a mi mamá, “cuando sea grande yo voy a ser padre”, sin imaginar lo que esta frase impactaría en mi vida.

El comentario se extendió entre familiares y personas allegadas, siendo motivo de alegría y admiración para la familia, por lo que con frecuencia me preguntaban ¿es verdad que quieres ser padrecito? A lo cual, consciente del impacto que provocaba contestaba afirmativamente, se corrió la voz y una de las hermanas del perpetuo socorro se enteró e hizo la visita a la casa para confirmar “mi decisión”, dándole seguimiento por algún tiempo.

Creía el asunto olvidado, cuando al término de la misa el señor cura de la iglesia anunció que había oportunidad de ingresar al seminario, al regresar a casa no tardó en llegar “la hermana” religiosa a preguntar que si todavía quería irme al seminario, mientras me dirigía una mirada con ojos de borrego a medio morir y mi mamá haciendo segunda. No tardé en tomar tan importante decisión, “tenía once años, suficiente edad y madurez para hacerlo”, así que logré con un sí, modificar las miradas de interrogación por las de admiración, siendo este el motivo que me tenía a punto de llegar a mi primer destino.

Friday, August 12, 2005

El respeto al derecho ajeno

“El respeto al derecho ajeno es la paz”.
La corta distancia entre México y Estados Unidos de Norteamérica, no es suficiente para que la frase que un buen día pronunciara el “Benemérito de las Américas” Don Benito Juárez García, logre hacer eco en las conciencias.

Parece que el “policía del mundo” nuevamente se prepara para castigar a uno de los países que considera mal portado, “casualmente” se trata de uno de los más importantes en el medio oriente. Sí, Irán se atreve a “desafiar” continuando con sus pruebas nucleares.

En 1991, Irak fue sometido por atreverse a invadir Kuwait. Claro, EEUU no tenía interés por los cientos de pozos petroleros, su preocupación era impartir justicia, ¿como permitir que el más grande le pegara al más pequeño?


El 24 de febrero de 1991, me dispuse a verter un poco de grafito en el papel, resultando lo que a continuación les comparto:


¡Basta Ya!

Hace días el mundo consternado
Escuchaba atento las noticias
Que decían “la guerra ha comenzado”
Transmitiendo en pantalla las primicias

Con lujo de inconciencia y descaro
El pueblo comentaba las versiones,
Evidenciando un placer malsano
Y tomando partido en las acciones

Extasiados, en un mundo de ficción
Mutilante de ideas y sentimientos,
Se alimentaban con voraz sadismo
Al hablar del número de muertos

A ustedes, sin culparlos y con pena
Ya que victimas también han resultado
De esa guerra constante que margina
Convirtiendo al pensante en mutilado

A ustedes los invito a despertar
A romper esos “grilletes” que limitan
Y obligan al ser humano a vegetar
Sin ver que sus hojas se marchitan

Más…a aquellos que de Dios hacen alarde
Y mencionan su nombre con frecuencia
Motivando a la lucha en plan cobarde
No creo que recobren la conciencia

Pero basta ya, cretinos inconcientes
Paren…no manipulen más
No sacien su morbo con vidas inocentes
No sigan fantaseando con una realidad

No digan “la guerra ha comenzado”
Cuando se trata de una etapa más
Confiesen que siempre han bombardeado
Conciencia y sentimientos de libertad y paz

Ya basta de mentiras y de vicios
De escudos idealista y paternal
No insistan ingenuos putrefactos
Corrompidos llenos de falsedad

Pero a ustedes señores, que deciden
Si el mundo sigue o su girar termina
Sumen lo que podrán llevarse
Cuando concluya su ambiciosa vida.

Un manjar

Resulta curioso, ahora que cuento con este espacio parece que no sé por donde empezar, pero bueno, trataré de ubicar el hoy para manejarme en la línea del tiempo, buscando en el baúl de los recuerdos y saltar a las metas e ilusiones.

Sigo saboreo el éxito de uno de los objetivos más importantes en mi vida, que a decir verdad desde hace mucho lo paladeo, cada una de las metas logradas por mis hijos ha sido el “alimento” que me empuja a seguir luchando. Sin embargo, hoy por hoy, uno de ellos ha alcanzado con creces su primer gran peldaño, siendo un manjar especial para mi espíritu. Al igual que un niño que disfruta su golosina preferida, comiendo pausadamente para que dure lo más posible, así con emoción digiero lo que ahora viene sucediendo.

¡Gracias por ser mi hijo, por tu perseverancia, tu esfuerzo, tu lucha, por tantas satisfacciones!

No lo digo para provocar una carga adicional, sabes que el compromiso es únicamente contigo.

Saturday, August 06, 2005

Bienvenidos a este espacio

Con el apoyo de mi hijo Héctor, tengo ahora la oportunidad de compartir con ustedes este importante espacio, espero que algunas de las "cosas" que publique representen alguna herramienta para su vida o al menos sean motivo de distracción.
Atentamente
Héctor G.
"Felices notas"